Titulares

Vejez, una fuente de ficción: Urretabizkaia 

Se puede ser vieja y rebelde, testifica la escritora vasca Arantxa Urretabizkaia en entrevista durante su visita a nuestro país para participar en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. 

Se puede ser vieja y rebelde, testifica la escritora vasca Arantxa Urretabizkaia en entrevista durante su visita a nuestro país para participar en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. La vejez tradicional no te deja elegir, sostiene, y comenta que si hay algún mensaje en su novela más reciente, La última casa, es que podemos escoger cómo envejecer. 

En el libro publicado en español por editorial Consonni, la protagonista va y viene por la ciudad de Hendaya, preparando lo que imagina será su último hogar, haciendo los arreglos y cerrando cuentas con el pasado. Una casa con dos pinos, arbustos de glicinias, tejado nuevo y blancura en las paredes es lo que desea para su último periodo de vida. 

Quiero ser una vieja rebelde, anticipa la autora nacida en San Sebastián, durante la conversación en el jardín de una librería feminista en Coyoacán. Antes de sentarse, admira las flores rosadas en la mesita frente a ella y comenta que le parece curioso que la planta sansevieria en México la llamamos lengua de suegra. A Urretabizkaia le gustan las flores, algo en común con el personaje de su libro, así como los labios pintados de rojo, y tal vez también la edad. 

Las autoridades y las instituciones, que son las que gobiernan las residencias de ancianos, no saben bien la que se les viene encima. Comienza a hablar de un movimiento que lleva varios años de jubilados que se manifiestan en las calles para exigir una pensión mínima y otros derechos. Esos viejos son los que lucharon contra el franquismo, los que crearon escuelas clandestinas y sindicatos. Están las mujeres que consiguieron el derecho al aborto y el divorcio, y ser viejos no les hace olvidar que hay una manera de defender los propios derechos, y esa rebeldía va a llegar a las residencias de ancianos. 

La escritora y periodista de 77 años, quien llega vestida de negro y con tenis rojos a la entrevista, señala que estamos en un momento en que la sociedad nos dice que todo lo viejo es malo y que lo único que se puede hacer es partir a cierta edad, descansar y disfrutar. Todo, menos tomar decisiones. Ya no tenemos voz. Los viejos no podemos decir cómo queremos ser cuidados ni como queremos vivir. Como si caducaran tus derechos civiles, pero no lo hacen, tengas la edad que tengas. 

En la contraportada de La última casa se anticipa: En esta singular y atrayente novela, Urretabizkaia habla de la vejez y huye de los clichés. Sin embargo, ella considera que no hay novelas de viejos como tal: las personas mayores que aparecen en la literatura, hasta en el cine, suelen ser la madre o la abuela. Entonces, como que no estamos acostumbrados a que la vejez sea fuente de ficción. 

Resulta que por primera vez en la historia de la humanidad, destaca, toda una generación traspasa la frontera de los 80 años, por lo menos en los países desarrollados. Pero esa generación, justo un poco la que me precede, se está adentrando a un terreno del que no hay mapas. Pero hay un retroceso, porque la generación anterior a la mía no se avergonzaba de envejecer. 

Entonces, más os vale a los que sois jóvenes, de alguna manera conseguir dignificar la vejez y ver que no hay nada de qué avergonzarse. 

Escribir en euskera 

La representante del País Vasco participa en la FIL de Guadalajara, en la que España es invitado de honor. Hoy formará parte del conversatorio En voz alta: El eco feminista, junto a Marta Breen, Lina Meruana y Silvana Paternostro de moderadora. Mañana, en Los Lectores Presentan, se hablará de La última casa. 

Esta novela se publicó originalmente en lengua euskera en 2022 con el título Azken etxea, y recibió el premio Euskadi de Literatura Euskera en 2023. Por tal razón, Urretabizkaia forma parte de un contingente de un país en el que mayoritariamente se habla castellano. 

La presencia de una lengua minoritaria representa un milagro; es un idioma que está aislado, porque no tiene relación con los demás, y es un milagro que sigamos, porque cada año desaparecen lenguas en el mundo por montones, y México sabe de eso. 

La escritora explica que las personas que escriben en euskera generalmente no viven de la literatura, tenemos otra profesión, en mi caso es el periodismo, de muchos otros es la enseñanza. Eso tiene un lado malo, que significa tener menos tiempo para redactar. El lado bueno es que “no tienes presión editorial. Si el libro no va bien, tu autoestima sufrirá, pero tu cuenta corriente ni se entera. Entonces, puedes aventurarte y decir: ‘a ver cómo queda’”