Un extremista del color y llevador de los símbolos y códigos de la cultura aymara, es como el pintor y escultor boliviano Roberto Aguilar Quisbert (1962), de nombre artístico Roberto Mamani Mamani, se refiere a su quehacer plástico.
Una muestra de sus piezas, equivalente a un estallido de vivo colorido, se exhibe en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo.
Su abuela, tejedora de aguayos, mantas y lectora de la hoja de coca, decía que los colores fuertes son para ahuyentar a los malos espíritus y no quedarse en la oscuridad.
La exhibición Semilla de colores: Pachamama. Alegría del águila y el cóndor, de medio centenar de obras, en su mayoría pintura, aunque también escultura, pretende mostrar la cosmovisión que maneja el artista aymara.
Mamani Mamani expuso hace 16 años en el Museo José Luis Cuevas. Ahora trae un conjunto de piezas dedicado a la Pachamama, es decir, la Madre Tierra.
La exposición está integrada por series dedicadas a la Pachamana, a los músicos, al Amazonas, al Árbol de la Vida y a la morenada (danza de los aymaras, en la que se ostentan colores fuertes). Así, las obras llevan a flor de piel el mensaje de los pueblos originarios, portadores de grandes culturas.
Se incluye una serie escultórica sobre sapos –esculpidos en madera y pintados–, voz de la Pachamama, que llaman a la lluvia; es el animal sagrado de la fertilidad.
En muchas de las piezas se observan símbolos del agua, el rayo, la cruz andina y la hoja de coca, informa el artista a La Jornada.
Cada conjunto tiene algo qué transmitir; es decir, los saberes, conocimientos y la herencia de nuestros mayores.
Mamani Mamani es descendiente de aymaras originarios de Tiawanaku; sin embargo, pasó su infancia en el valle de Cochabamba.
Autodidacta, para este abusador del color antes de desarrollar un estilo propio, con base en mi identidad y cultura, mis raíces y orígenes, la pintura que veía era gris ocre, como un lamento. Decidió cambiar esto. De niño dibujaba con el carbón de la leña con la que cocinaba su madre, sobre papel periódico o cartón.
Gracias a las conversaciones con su abuela, el artista en ciernes decidió ser un llevador de color como misión en la vida. Hacia ese fin inventaba sus colores con anilinas, ocres, tintas, pues no había dinero para comprar.
Echó mano de pigmentos naturales, como la cochinilla; incluso, “exploraba hasta la bilis del ganado, que era barato en los mercados. Decía: ese es el verde que puedo usar. Más adelante, gracias a la venta de sus obras, pudo adquirir tintes alemanes y japoneses, entre otros, que resultaron juguetes nuevos para mí.
En la estructura de sus composiciones, Mamani Mamani, quien pinta varios cuadros a la vez, sigue los lineamientos de la cultura tiawanaku, que consiste en simplificar la línea y el color. Eran grandes talladores de las piedras, mucho más antiguo que los incas. Para nosotros, las artes mayores son la cerámica y los tejidos, mientras para la cultura occidental son la pintura y la escultura.
Lenguaje difícil de entender en Occidente
Para el pintor, la estética de sus ancestros es difícil de entender en términos occidentales: “Aquí los maestros somos nosotros. Tenemos la voz de la verdad. Nuestros ancestros habían simplificado la línea, hecho una gama de colores y el cubismo puro. En un tejido precolombino veo un cubismo de excelencia, digamos.
“La cultura occidental se apoderó de todas estas estéticas y parámetros. Dicen: ‘nosotros somos’, pero es falso. Nuestras culturas primarias, como la maya y la mexica, han aportado y superan al arte occidental.”
Durante su estancia en México, Mamani Mamani proyecta pintar varios murales.
Uno, en el Complejo Cultural Los Pinos, cuyo tema sería un encuentro de culturas: la del águila (México) y la del cóndor (Bolivia), ambas abrazadas por una Pachamama, o madre.
Cuenta con el patrocinio de la empresa de pinturas Comex. Existe la posibilidad de ejecutar murales en varios estados.
Hace tres lustros, el artista comenzó a elaborar murales como una forma de dejar su legado.
En 2023 hizo uno en Filadelfia, en Estados Unidos. Aparte de tener otros en Bogotá, Santiago de Chile; incluso, en la casa presidencial de su país natal.
En 2016 realizó obras en las paredes del conjunto de vivienda social Wiphala, ubicado en El Alto, Bolivia, proyecto que le tomó seis meses, y para el que contó con 60 ayudantes.
La exposición Semilla de colores: Pachamama. Alegría del águila y el cóndor se exhibirá hasta el 4 de noviembre en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo (Moneda 13, Centro Histórico).