Titulares

La tortuosa vida de Nadia Comaneci 

La gimnasta, según uno de sus biógrafos, fue vigilada por la policía secreta rumana; además, el historiador sostiene que fue humillada y golpeada por su entrenador Béla Károlyi, quien comenzó a entrenarla desde que era una niña. Nadia ha preferido no recordar aquellos años.

En “Rumania en la primavera de 1990”, Emmanuel Carrere cuenta que en el país en el que Nadia Comaneci nació en 1961 se repite hasta la saciedad que “la ilusión del despertar forma parte de la pesadilla”. Y recuerda las palabras del escritor Lucian Blaga: “Rumania le teme a la historia; no ha cesado de desentenderse siempre de su llamada”. Blaga criticaba que los rumanos se empeñaran en ensalzar sus aldeas en lugar de presumir su relación con la alta cultura del mundo. En el torbellino de los grandes acontecimientos, Rumania parece quedarse cómoda en el papel de actriz de tercero o cuarto reparto. 

Pero no siempre fue así 

Antes de la caída del régimen de Nicolas Ceausescu -el dictador que mantuvo al país a raya con el respaldo del Kremlin- en 1989, el país fue el centro de la atención del planeta gracias a una generación de gimnastas que encabezaban dos personajes centrales en la historia del deporte del siglo XX: Comaneci y Béla Károlyi, a quienes unía y separaba -toda relación tormentosa junta y repele- un punte entre siniestro y conmovedor. Su punto climático sucedió en Montreal, en 1976. Aunque sus efectos no han terminado de cerrar el punto de interrogación, como se verá. 

Carrere fue de los primeros escritores franceses en hacer el viaje a Bucarest cuando la Cortina de Hierro se vino abajo y comenzaron a hacerse públicos para Occidente los tormentosos procedimientos de la Securitate, la policía secreta del dictador;  parecido a Vlad Dracul, el siniestro personaje de la novela de Bram Stoker, que, por cierto, hasta ese 1990 no se había traducido al rumano. Herta Müller -ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2009 y nacida (1953) en la misma región que Johnny Weissmuller, el afamado nadador que personificó a Tarzán- levantó la voz sobre las atrocidades del régimen de Ceausescu, quien la persiguió hasta muy entrado el siglo XXI. Igual -pero distinto- sucedió con Nadia, la niña que a los 14 años convivió al olimpismo. 

Károlyi nació Cluj- Napoca en 1942. La Segunda Guerra Mundial había -otra vez- movido el mapa de la Europa Oriental. la ciudad natal había formado parte del Imperio Austrohúngaro (de hecho la ascendencia de Béla es húngara), pero con el nuevo diseño de las fronteras permaneció en la región rumana, a unos 450 kilómetros de Bucarest. Después de fomentar una carrera en la educación física y el deporte, el entrenador creó un sistema de entrenamiento para la gimnasia femenil que cambiaría para siempre la disciplina. Nadia, nacida en Onesti en 1961, sería una de sus primeras alumnas y de sus primeras víctimas. 

El trabajo entre el severo introductor y la niña prodigio comenzó a llamar la atención del bloque del Este desde comienzos de los años setenta. A la disciplina física, el arduo desgaste en los aparatos y el férreo régimen alimenticio, los entrenamientos incluían un desenfrenada presión emocional y sicológica, de la que, según un biógrafo de la gimnasta del primer 10 perfecto en las barras asimétricas, no escaparon los golpes y las amenazas. 

Nadia -quien había debutado en 1971- ganó los campeonatos europeos de Noruega, cuando apenas tenía 13 años. Cuando, después de ganar el oro en Montreal, un periodista occidental le preguntó cuándo pensaba retirarse, la jovencita de Onesti respondió: “oiga, apenas tengo 14 años”. El mundo se cautivó de los desplantes de Comaneci en el piso, las barras, la viga y el salto, pero no tendría en claro, sino hasta muchos lustros después, que Nadia se había saltado, en un tris, la infancia y la juventud y, tras el retiro, en 1984, no fue precisamente una mujer feliz y realizada. Al contrario, tardaría muchos años más en encontrar la tranquilidad que Béla Károlyi y el deporte de alto rendimiento le habían arrebatado. 

Al revés de Rumania, que miraba para adentro con tal de evitar su relación con el mundo, Nadia era un ícono del deporte internacional: famosa, bella y campeona olímpica. Era, paradójicamente, un acto de fe para millones de niñas y jovencitas de todo el planeta. Ejemplo de superación, perfeccionamiento y dulzura. Nadia sabía que todo aquello era tan falso como el país libre, democrático y próspero que Ceausescu presumía en los discursos del partido en cada festividad rumana. Todo en la vida de la Comaneci era una perversa mentira. 

El historiador Stejarel Olaru, en el libro Nadia si Securitatea (Nadia y la Securitate), reveló a comienzos de esta década cómo fue que la policía secreta vigiló cada uno de los movimientos de Nadia desde antes de que se convirtiera en la gran referencia de la gimnasia artística. Olaru, con documentos encontrados en los archivos de la Securitate, acusó a Károlyi de humillar y golpear a Comaneci y al resto de sus compañeras del equipo histórico de Rumania que ganó el all-round en la capital canadiense. Entrevistado por la agencia France Press, el historiador asegura que, con permiso de las autoridades rumanas de Ceausescu, las chicas fueron lastimadas hasta producirles hemorragias nasales y moretones en varias partes del cuerpo. 

“Nunca estoy satisfecho y nunca nada es suficiente”, dice Oralu que exigía Károlyi. Mis gimnastas son las que están mejor preparadas en el mundo. Y ellas ganan. Es lo único que cuenta, defendía. Nadia, según uno de los policías de la secreta, pudo decir a un médico de los castigos que recibía por fallar un ejercicio en los aparatos. Y los castigos no eran menores -según el autor de la obra- cuando la joven campeona olímpica subía medio kilo de peso. 

En las últimas entrevistas concedidas a la prensa internacional, Nadia ha preferido no responder sobre esos pasajes de su vida olímpica. 

A Nadia -quien como Herta Müller también fue espiada por sus opiniones políticas y por su renombre internacional- se le impidió visitar países de Occidente. Sólo tenía permiso para viajar a La Habana y Moscú, capitales con las que el gobierno rumano tenía cercanía política e ideológica y en las cuales los servicios de inteligencia eran igual de severos que en Bucarest. 

Comaneci logró escapar -via Hungría- de una Rumania que se caía a pedazos en 1989. Todavía el 20 de diciembre de ese año, cuando Nadia había salido de las manos del régimen la policía preparó dos informes en los que anotó los nombres de los familiares y de las amistades que le habían ayudado en la huída. Después de sufrir cuando menos dos abusos sexuales en su camino al exilio, Nadia Comaneci -la novia del tiempo- logró asimilarse en Estados Unidos, en donde, por fin, pudo mantener una existencia estable. 

En 2006 dio a luz a su hijo Dylan Paul, fruto de su matrimonio con el exgimnasta Bart Conner. Decidieron llamarlo así en homenaje a Bob Dylan y a un ex entrenador de Nadia.