Determinar qué es más importante en la ópera, si la música o la palabra, era una de las discusiones que más divertían a Daniel Catán (1949-2011), el compositor mexicano con mayor reconocimiento a escala internacional dentro de ese género, aun después de casi 15 años de su fallecimiento.
Así lo recordó el director de orquesta Eduardo Diazmuñoz, quien fue su amigo, colaborador y cómplice en varios proyectos a lo largo de más de 35 años, y aclaró que el extinto compositor, ante esa añeja disputa, mejor se hacía a un lado con el argumento de que él amaba ambas expresiones.
Daniel siempre buscó el matrimonio perfecto entre la música y la palabra. La discusión a la que llegan siempre los libretistas y los compositores de ópera de si primero la palabra y luego la música es inexistente, no es verdad, porque una buena obra de teatro sin música sigue siendo una obra de teatro, pero una buena ópera sin libreto es una obra sinfónica. Entonces, para que una ópera sea tal necesita primero la música, luego el libreto y después la palabra.
Estas consideraciones del también compositor, nacido en la Ciudad de México en 1951, vinieron a cuenta por una nueva producción de La hija de Rappaccini, la primera ópera de Daniel Catán, que no había puesto en escena en México, en su versión de orquesta completa, desde su estreno mundial, en 1991, en el Palacio de Bellas Artes. En noviembre de 2019, la UNAM montó una versión de cámara.
Ahora, 33 años después, será presentada en tres funciones en Monterrey a partir de hoy y hasta el sábado para clausurar el cuarto Ciclo de Ópera Mexicana del Mexico Opera Studio (MOS).
El montaje cuenta con la participación de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León (OSUANL), cuya dirección artística está a cargo de Diazmuñoz, para quien dicha obra encierra profundos significados.
“La hija de Rappaccini marcó una diferencia de cómo se hace ópera en México, y lo digo de primera mano porque tuve el honor de estrenarla en 1991. Daniel Catán escribió dos versiones; de hecho, la primera nunca me dejó verla, la destruyó, y entre 1989 y 1990 escribió esta otra, a la que después hizo un par de cambios”, señaló el músico en conferencia de prensa.
“Marcó historia, hay un antes y un después en la ópera mexicana porque, a raíz de que Catán la compuso y se hizo el estreno mundial, realizamos una grabación con extractos y la mandamos a varias casas de ópera del mundo. La que respondió primero fue la Ópera de San Diego (Estados Unidos), que decidió hacer una producción y la estrenó en 1993.
“Posteriormente, invitamos a más directores de casas de ópera, desde la Met de Nueva York y la de París hasta la del Teatro Colón, y de ahí nació la primera comisión que le hicieron a Daniel, la de Florencia en el Amazonas, hecha por la Houston Grand Opera y las óperas de Seattle y Los Ángeles. A partir de allí, siendo Florencia… la primera ópera en español comisionada por tres importantes casas de Estados Unidos, la carrera de Daniel Catán comenzó a subir como la espuma”.
Diazmuñoz mencionó que después, resultado de otra comisión, el músico mexicano compuso Salsipuedes o el amor, la guerra y unas anchoas, “curiosamente su única ópera cómica, con un humor muy negro, en la que critica a todos los políticos de las repúblicas bananeras. Y luego Plácido Domingo le encargó para la Ópera de Los Ángeles Il Postino”.
Obra inconclusa
Lamentó que el autor, al fallecer, haya dejado inconclusa la que sería su quinta ópera. Era una pieza basada en el largometraje Meet John Doe, de Frank Capra, y sería su primer título en inglés, cosa extraña, porque él siempre buscó y quiso que el español conquistara las casas de ópera en el mundo, y sí lo logró.
Tras aclarar que La hija de Rappaccini está basada en el cuento de Nathaniel Hawthorne y no en la obra de teatro homónima de Octavio Paz, con excepción de la escena del sueño con el que culmina el primer acto de esa ópera, que sí fue retomada de la pieza del Nobel mexicano, el director de orquesta aseguró que Daniel Catán siempre se caracterizó por ser un hombre muy sencillo; como todos los grandes artistas, cuando son sencillos, amables, gentiles, se agigantan precisamente por lo que hacen.
Para el equipo del MOS, encabezado por el director escénico Rennier Piñero y el director musical Alejandro Miyaki, contar con la participación de Eduardo Diazmuñoz en este nuevo montaje ha sido muy simbólico e importante, debido a su cercanía con el autor y que dirigió el estreno mundial de la obra, así como por las sucesivas presentaciones de la obra en el extranjero.
Según Rennier Piñero, La hija de Rappaccini es un terreno increíblemente rico, complejo y fértil para la creatividad; nos lleva desde situaciones realistas hasta meternos en el espacio onírico de una manera como pocas veces se encuentra en la ópera, dando espacio a una sinergia de lenguajes; no sólo están la música y el teatro, sino también la plástica, con una fuerza descomunal y la danza.
Resaltó que la historia de esa obra nos abre espacio no sólo a un triángulo amoroso, típico de las historias de la ópera, sino también a un debate muy profundo sobre los límites de la ética y la moral en el uso y progreso de la ciencia. Esto, detalló, pues al narrar cómo un médico, en su afán o búsqueda por el progreso de la ciencia, desdibuja sus límites y algunas de sus pruebas caen en los afectos más cercanos que lo vertebran.