Tras descubrir que una tórtola ha hecho un nido en el poste de luz frente a su ventana, el Eugenio Polgovsky y su hija de cinco años deciden comenzar a filmarla. A partir de la experiencia el rodaje inició el rodaje de lo que hoy es Malintzin 17, un proyecto que el realizador fallecido en 2017 dejó inconcluso y que hoy se exhibe en las salas, gracias a que su hermana Mara se lo echó sobre los hombros para darle forma.
“La película es un homenaje a mi hermano”, reconoce la directora al referirse a un trabajo íntimo que propone una mirada sobre la paternidad y la relación que los seres humanos tenemos con la naturaleza.
¿Qué supone ver en las salas Malintzin 17 en las pantallas, primero por le película en sí misma, pero también por la carga emocional que supone?
La película es un homenaje a mi hermano, pero también una forma de reflexionar sobre el legado de nuestros muertos. Vivimos en una sociedad donde las cosas se usan y se descartan, sin embargo, ante un ser tan talentoso como fue Eugenio esto no es posible. Para mí fue un aprendizaje en la forma de hacer cine y sobre la riqueza de proyectos inconclusos.
Al tomar la película, ¿tenían presente la mirada y forma de trabajar de Eugenio Polgovsky?
Eugenio filmó, pero no dejó avanzado ningún otro proceso. No había storyboard, guion u orientación sobre el proyecto. Mi primera pregunta fue: ¿cómo la hubiera querido contar Eugenio?, pero en el camino me encontré con diversas decisiones que terminaron por convertirme en la coautora de la obra. Una de mis decisiones fue construir tres personajes y que Eugenio fuera uno de ellos a pesar de que él nunca había salido en sus películas. Al tomar en mis manos la edición, junto con Pedro González Rubio, decidí contar una historia minimalista, pero con una estructura clara y sostenida en dos historias paralelas: mi hermano con su hija de cinco años, y la de una tórtola con su huevito.
El cine de Eugenio está lleno de simbolismo, creo que te ocupaste de respetar esta forma de contar.
Cien por ciento. Si revisamos su cinematografía veremos como yuxtapone imágenes al estilo Eisenstein, por eso pensé la película como una alegoría a la forma en que la naturaleza se ha tenido que ajustar a nuestros ritmos de vida, por eso encontraba en la película más valor en lo simbólico que en lo personal. La mirada de la niña nos regala, por ejemplo, una frescura sobre la forma en que miramos el mundo y en la que establecemos relaciones con los seres vivos. Para Eugenio esta película era la posibilidad de reinventarse como director y acercarse a la tradición de películas que miran al mundo, pero también a uno mismo. Me parece que era una obra de madurez por su sencillez.
¿Cuál fue el impacto de tu sobrina al verse en la película?
Pasaron varios años antes de poderla terminar, de modo que el impacto no se dio de un día para el otro, eso le permitió irse familiarizando con el material. Incluso tuvimos la fortuna de que el día en que terminamos la película estaba en los estudios y pudo participar en los procesos técnicos, para ella la película tiene un doble valor, tanto el valor personal como el cinematográfico.
¿Hay más materiales inéditos de Eugenio Polgovksy?
Él filmó cinco películas, la última entre 2013 y 2015. Entra el tema del narcotráfico, pero lo hace desde un punto de vista humano y sin explotar la violencia. Hace el retrato de un hombre llamado Jesús y apodado “El alacrán”, que en los años noventa se dedicaba al narcotráfico pero que después se convirtió en jardinero. Eugenio hace un retrato psicológico y humano de este personaje, actualmente estoy trabajando sobre este material. “Esta película le iba brindar la posibilidad de reinventarse como director”, comenta Mara Polgovsky, directora del documental.