Con las premisas de que las obras de arte «son tridimensionales», de que «no son sólo la imagen» y de que una pieza es lo más parecido «a un yacimiento arqueológico», cuyas magulladuras, roces y líneas borradas también son parte de su belleza, el Museo del Prado presentó la singular exposición Reversos.
Integrada por 105 obras procedentes de 29 museos y colecciones privadas del mundo, la muestra reflexiona sobre su lado oculto, donde hay desde mensajes escondidos para evadir la censura de la Edad Media hasta reflexiones metafilosóficas en torno a las vanguardias del siglo XX.
La exposición, curada por el también artista Miguel Ángel Blanco, surgió hace cerca de siete años, cuando decidió sumergirse en los archivos y depósitos subterráneos de la pinacoteca madrileña para escudriñar en las caras inversas de los cuadros.
Ahí fue realizando hallazgos curiosos, como la propia historia del cuadro fetiche del Museo del Prado, Las meninas, de Diego Velázquez. Una de las partes esenciales de esta exposición es el facsímil inédito que hizo el artista brasileño Vik Muniz de la parte trasera del cuadro, entre cuyas singularidades está la enorme dimensión del marco ante el tamaño del cuadro, que mide cerca de tres metros de ancho por tres de largo.
El director del Museo del Prado, Miguel Falomir, explicó durante la presentación a la prensa que al «ser una obra icónica, por su proporción, que supone la quinta parte del reverso del lienzo sobre el que trabaja el pintor, Las meninas pretende recordarnos que el arte y la pintura son mucho más que una imagen: es tridimensional, es lo más parecido a un yacimiento arqueológico en el que cada detalle da información».
Falomir explicó que la exposición pretende «ir más allá de la anécdota» para investigar sobre los secretos y recovecos que aún no se han descubierto del inmenso legado de la pinacoteca; buena parte de los reversos que se exponen en esta muestra ni los más expertos del museo conocían algunos detalles de su importancia. De ahí que el recorrido histórico de la exhibición, que abarca desde la Edad Media hasta el siglo XX, busca profundizar en la importancia de esos reversos aparentemente anodinos que en algunos casos explican con mayor nitidez el sentido de la obra.
El curador Blanco subrayó que la exposición «tiene que ver con los autorretratos de muchos pintores que muestran el caballete mientras aparece su rostro, casi siempre por el lado derecho de la tela; es el caso de Goya (1795) o, casi un siglo después, José Villegas (1898)».
Para profundizar en un tema tan poco investigado, el curador propuso seccionar la exposición, en la que primero se muestra la relación del pintor con el lienzo; es decir, su reflexión en torno a su método, lugar y técnicas de trabajo que denominó El artista tras el lienzo. Después hay un apartado que llamó Esto no es una trasera, en el que destacan cuadros con trampantojos que representan reversos de pintura como La máscara vacía, de René Magritte.
El sector siguiente es sobre pinturas «bifrontes»; o sea, que tienen pintados ambos lados del lienzo y, por tanto, el inverso casi siempre se desconoce, sobre todo cuando se pretendía evadir la censura de la moral de la época, como el Maestro de la leyenda de la Magdalena, el Maestro de la leyenda de Santa Catalina o La batalla de Cholula, entre otros.
De ahí se pasa a un homenaje o reconocimiento a los bastidores de los cuadros, en el que hay obras de Georgia O’Keeffe, Mark Rothko, el Assemblage i graffiti, de Antoni Tàpies, o los bastidores que en su día se utilizaron para transportar el Guernica, de Pablo Picasso, de París a Estados Unidos, con lo que queda patente su utilidad para obras protegidas en circunstancias bélicas.
En la exposición, con más de 105 obras, también hay piezas de Rembrandt, Van Gogh, Barent Fabritius, Vilhem Hammershei, Michelangelo Pistoletto, Carl Gustav Carus, Mex Liebermann, José Villegas, Francisco de Goya, Joan Miró, Lucio Fontana, Sophie Calle, Pablo Palazuelo y Darío de Regoyos, entre otros. Reversos estará expuesta en el Museo del Prado desde ayer y hasta el 3 de marzo.