El huracán Otis impactó la costa mexicana cerca de Acapulco con vientos máximos sostenidos de 265 km/h, según el Centro Meteorológico Especializado de la Organización Meteorológica Mundial (WMO, por sus siglas en inglés)), en Miami. Esta intensificación generó una advertencia de la OMM sobre posibles mareas catastróficas, vientos mortales e inundaciones repentinas en zonas urbanas.
El aumento en la intensidad de Otis se ha convertido en motivo de preocupación para los expertos en climatología. El Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos lo ha calificado como un evento “explosivo”. Esta acelerada intensificación es un fenómeno anómalo, solo superado por el huracán Patricia en 2015.
El impacto de Otis llega en un momento en que se celebra la Semana del Clima de América Latina y el Caribe. El secretario general de la OMM, Petteri Taalas, destacó que esta área geográfica es uno de los “puntos calientes” en términos de cambio climático.
Taalas. Problema regional / Foto: @WMO
“Somos conscientes de los retos a los que se enfrenta debido a las tormentas tropicales, los huracanes y los cambios en los patrones de precipitaciones, en parte por los efectos del cambio climático y en parte por El Niño y La Niña”, declaró Taalas a través de un comunicado de la ONU.
La región latinoamericana y caribeña se vuelve cada vez más vulnerable a los efectos del cambio climático. Los registros indican un invierno más cálido en la historia de Sudamérica, con temperaturas que superan los 40 grados centígrados en países como Argentina, Bolivia y Paraguay durante la primavera. El Caribe también ha enfrentado olas de calor extremas y tormentas tropicales en la temporada tardía.
Además, el actual fenómeno de El Niño se espera que aumente aún más las temperaturas terrestres y oceánicas, lo que podría resultar en lluvias torrenciales e inundaciones en algunas áreas y sequías en otras.
En medio de estas preocupaciones, la cuenca del Amazonas enfrenta su peor sequía, con niveles históricamente bajos en ríos como el Negro, en Manaos. Los incendios en Argentina, Brasil y Bolivia han contribuido a esta situación, y los científicos están cada vez más preocupados por el impacto a largo plazo del cambio climático y la deforestación.
La deforestación reduce la capacidad de la selva amazónica para almacenar humedad durante la temporada de lluvias, lo que se agrava por el aumento de la temperatura. Esto ha llevado a daños en ecosistemas vitales y al riesgo de que ciertas áreas del sur de la Amazonia, que antes eran sumideros de carbono, se conviertan en fuentes netas de emisiones debido a los incendios.
Además, la región del Caribe y Sudamérica enfrenta el desafío de las tormentas de polvo, que afectan la calidad del aire y la economía local. Estas tormentas reducen el rendimiento de las centrales de energía solar y propagan patógenos humanos, afectando negativamente a las economías locales y regionales.
La OMM destacó la creciente vulnerabilidad de la sociedad y las economías a los fenómenos meteorológicos extremos, lo que ha motivado la iniciativa internacional Alerta Temprana para Todos. Esta iniciativa busca garantizar que todas las comunidades, incluidos los pequeños Estados insulares en desarrollo que son especialmente vulnerables al cambio climático, reciban alertas tempranas efectivas para proteger sus vidas y bienes.
Las tasas de intensificación rápida de ciclones tropicales en el Atlántico Norte han experimentado un incremento notorio, lo que representa una amenaza para las costas atlánticas.
Un análisis de los cambios máximos observados en la velocidad del viento de los ciclones tropicales del Atlántico, realizado durante el período de 1971 a 2020, señala que estas tasas de intensificación han variado con el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero de origen humano, que han provocado el calentamiento del planeta y de los océanos.
De acuerdo con los datos recopilados por la Universidad de Rowan, en Nueva Jersey, se ha observado que las tasas medias de intensificación máxima de los ciclones tropicales son hasta un 28.7% más altas en la era moderna (2001-2020) en comparación con la era histórica (1971-1990). Esto significa que los ciclones tropicales en la era actual tienen una mayor capacidad para intensificarse rápidamente.
Es probable que los ciclones tropicales se intensifiquen en al menos 50 nudos en un período de 24 horas y es más probable que experimenten un aumento de al menos 20 nudos dentro de ese mismo lapso en comparación con la era histórica, donde se requerían 36 horas para alcanzar dichos incrementos.
Un hallazgo significativo es el aumento en el número de ciclones tropicales que pasan de ser categorizados como huracanes de Categoría 1 o más débiles a convertirse en huracanes mayores en un periodo de 36 horas. Este número se ha más que duplicado en comparación con la era histórica, lo que plantea una preocupación adicional sobre la intensificación acelerada de los ciclones tropicales en el Atlántico Norte.
Este estudio, elaborado por Andra J. Garner, revela la influencia directa de las emisiones de gases de efecto invernadero en el aumento de las tasas de intensificación de los ciclones tropicales, lo que tiene implicaciones importantes para la preparación y mitigación de desastres en las áreas costeras.